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SOBRE EDUCACIÓN

LA IDEA DE EDUCACIÓN EN DURKHEIM

LA IDEA DE EDUCACIÓN EN DURKHEIM

POR: ROCÍO ARENAS CARRILLO

En el libro Educación y Sociología[1], se describe la doctrina de la educación de Émile Durkheim, que posee las siguientes ideas capitales:

El hombre, como ser social, está conformado por su ser individual que se refiere a sus estados mentales y a su experiencia personal, y también por un sistema de ideas, sentimientos y hábitos del grupo al que pertenece, tales como ideas religiosas, creencias, prácticas morales, tradiciones, que se traducen en la forma de voluntad del sujeto, y en las nociones de las que se conforma la inteligencia. La constitución de este ser social es la finalidad de la educación, sin soslayar al hombre como individuo, pues los atributos del hombre se transmiten por vía social y se configuran históricamente por los avatares de la civilización.

Se entiende a la educación como un hecho eminentemente social:

La educación es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre las que todavía no están maduras para la vida social. Tiene por objeto suscitar y desarrollar en el niño cierto número de estados físicos, intelectuales y morales, que exigen de él la sociedad política en su conjunto y el medio especial, al que está particularmente destinado.[2]

La educación es un hecho que dirige la pedagogía, y es estudiado por la ciencia de la educación. La psicología y la sociología colaboran para estudiar científicamente la educación. La psicología aborda el hecho asumiendo la psicología del niño frente a la del adulto; la sociología, desde los elementos de la civilización y los elementos en que éstos se transmiten. La pedagogía resulta entonces una obra de reflexión que busca resultados de ambos órdenes para establecer principios de conducta o para reformar la educación. Hace falta conocer plenamente las condiciones del hecho educativo, para que haya más probabilidades de utilizarlo eficazmente. Parea ello, es menester entender las instituciones de acuerdo a su función, dirigida hacia una pedagogía racional y eficaz dentro de los límites sociales, analizando sus componentes, sus necesidades y las génesis de sus causas.

Para Durkheim, haciendo sociológico el análisis moral, es posible otorgarle un fundamento racional, ni religioso ni metafísico, recuperando sus verdades al proyectarlas en el plan del pensamiento laico. La educación moral tiene como función inicial al niño en los deberes, suscitarle ciertas virtudes, “desarrollar en él la aptitud general para la moralidad, las disposiciones fundamentales que están en la raíz de la vida moral, constituir en él el agente moral, dispuesto a las iniciativas que son condición general del progreso.”[3] Hay que entender como elementos de moralidad el espíritu de disciplina, el espíritu de abnegación y el espíritu de autonomía, orientados hacia el deber y el bien. La paulatina asimilación del sentido del gusto de la regularidad, la limitación de deseos y el respeto por la regla al reconocerla racionalmente fundada, supone su aplicación metódica de la inteligencia.

Aunque el ideal intelectual está menos definido que el moral, está claro que es necesario constituir en el espíritu cierto número de aptitudes fundamentales que Durkheim llama categorías:

nociones-madres, centros de inteligibilidad, que son los marcos y los útiles del pensamiento lógico. Entended por categorías, no sólo las formas más abstractas del pensamiento, la noción de causa, o la de sustancia; sino las ideas, más ricas de contenido, que presiden a nuestra interpretación actual: nuestra idea del mundo físico, nuestra idea de la vida, nuestra idea del hombre.[4]

Estas categorías, lejos de ser innatas, son constituidas a través de la evolución de la civilización mediante el desarrollo de las ciencias físicas y morales, y son las responsables del espíritu, puesto que un buen espíritu es aquel cuyas ideas regulan el ejercicio del pensamiento y, para conformarlo, hace falta que el profesor transmita al estudiante un saber positivo. Durkheim piensa como Comte, que se deben aprender cosas, adquirir sabiduría, aunque se prescinda del valor de los propios conocimientos, porque las disciplinas a enseñar asumen una filosofía, un sistema de nociones cardinales que resumen los caracteres más generales de las cosas como las concebimos. Tal filosofía es el fruto de la generación y constituye la estructura de la inteligencia.

Frente a las diversas doctrinas acerca de la educación, Durkheim pide que revelen sus fuerzas sociales que animan un determinado sistema de educación o trabajan por modificarlo, porque las ideas son también hechos y si éstos tienen resonancia, entonces también son sociales; si no muestran sus relaciones entre el individuo y la sociedad, entre la ciencia y la práctica, la naturaleza de la moralidad y la del entendimiento, entonces no tienen validez.

Lo que debe ser la educación, responde a la contribución que las generaciones pasadas han hecho, es decir que es imposible separar las causas históricas para poder comprenderla. Es una realidad existente, sobre la cual sólo es posible actuar conociéndola, saber cuál es su naturaleza y las condiciones de que dependen.

Toda educación trata de formar al hombre de acuerdo al tipo ideal de hombre que sobreentiende la civilización, lo que éste debe ser desde el punto de vista intelectual, como físico y moral. Este tipo se fija en las conciencias, y aunque la educación asegura la diversidad, también se ocupa de perpetuar la homogeneidad de sus discípulos.

Al ser naciente (niño) se le agrega otro (educador) para llevarlo a la vida moral y social para hacer de él un ser nuevo, que responderá antes que nada, a necesidades sociales. La educación desenvolverá sus cualidades de la inteligencia y las físicas, para ir al encuentro de un estado de perfección gracias al concurso de la sociedad, porque “El hombre, en efecto, no es hombre más que porque vive en Sociedad.”[5] La sociedad es quien nos insta a pensar en los intereses de los demás, a dominar las pasiones y los instintos, a subordinar los propios fines a otros más altos: “Todo el sistema de representación que mantiene en nosotros la idea u el sentimiento de la regla, de la disciplina, lo mismo interna que externa, es la sociedad quien lo instituyó en nuestras conciencias.”[6] La sociedad domina todas nuestras nociones, puesto que si el hombre fuese despojado de todo lo que le viene de la sociedad quedaría en el rango del animal, la sociedad es la personalidad moral que perdura más allá de las generaciones y las une, sin disociar al individuo de ésta, pues se implican mutuamente: “La acción que ésta [la sociedad] ejerce sobre él, señaladamente por medio de la educación, no tiene, de ningún modo, como objeto y como efecto, comprimirle, disminuirle, desnaturalizarle; sino, por el contrario, engrandecerle y hacer de él un ser verdaderamente humano.”[7]

La educación es una función social, y por esto el Estado no puede desinteresarse de ésta. La educación debe estar sometida en su totalidad a los intereses del Estado, porque es éste quien abre paso a los principios esenciales: respeto a la razón, a la ciencia, a las ideas y a los sentimientos que están en la base de la moral democrática.

La educación no hace al hombre de la nada sino que trabaja sobre disposiciones que ya están hechas, y que son muy difíciles de transformar radicalmente porque dominan el espíritu y el carácter hacia determinadas maneras de obrar y de pensar. El maestro con su experiencia y su cultura tiene la fuerza para trabajar sobre la voluntad del niño. La educación debe ser paciente y continua en busca de un sentido bien determinado, sin desviarse por las circunstancias externas, y de esta manera tiene los medios necesarios para impresionar a las almas.

La educación debe ser cosa de autoridad: “Para aprender a reprimir su egoísmo natural a subordinarse a fines más altos, a someter sus deseos al imperio de su voluntad, a encerrarlos en los debidos límites, es preciso que el niño ejerza sobre sí mismo una fuerte represión.”[8] Esto provoca el sentimiento del deber, el estímulo del esfuerzo. Los padres y los maestros son de quienes el niño aprende el deber, por lo que éstos tienen la responsabilidad de encarnar y personificarlo como autoridades morales, porque la autoridad consiste enteramente en un cierto ascendiente moral, y supone que el maestro tiene voluntad, porque la autoridad implica confianza, y ante todo que debe dar la sensación de que la autoridad la siente en su propia persona, una especie de fe interior en la grandeza de su misión. Para que sea posible, el maestro debe ser laico porque representa a la sociedad, como personalidad moral y como intérprete de las grandes ideas morales de su tiempo y de su país. Todo este respeto es lo que, mediante la palabra y el gesto, pasa de su conciencia a la del niño. La autoridad no se contrapone a la libertad, sino que ser libre es saber proceder con la razón y cumplir con el deber: la libertad consiste “precisamente en dotar al niño de este dominio de sí mismo, es en lo que debe emplearse la autoridad del maestro. La autoridad del maestro no es otra cosa que un aspecto de autoridad del deber y de la razón[9].

Educación es la acción ejercida sobre los niños por los padres y los maestros. La pedagogía consiste, no en acciones, sino en teorías —que son maneras de concebir la educación, no maneras de practicarla—. De esta manera la educación es la materia de la pedagogía, y ésta consiste en una cierta manera de considerar las cosas de la educación.

Las reglas del medio social en el que vivimos impone las costumbres, ideas y sentimientos colectivos imposibles de modificar como queremos, y de ahí las prácticas educativas ejercen sus acciones por generaciones que se adaptan a vivir en dichos medios:

“La educación usada en una determinada sociedad y considerada en un momento determinado de su evolución, es un conjunto de prácticas, de maneras de hacer, de costumbres, que constituyen hechos perfectamente definidos y que tienen la misma realidad que los otros hechos sociales. No son, como se ha creído durante mucho tiempo, combinaciones más o menos arbitrarias y artificiales, que no deben su existencia sino al influjo caprichoso, de voluntades siempre contingentes. Constituyen, por el contrario, verdaderas instituciones sociales. No existe ningún hombre que pueda hacer que una sociedad tenga, en un momento dado, un sistema de educación diferente de aquel que su estructura supone.”[10]

Para analizar los principales problemas de la ciencia educativa, hay que tomar en cuenta el sistema propio de educación de su país y de su tiempo, su organización general, y entonces mediante la comparación, y distinguiendo diferencias y semejanzas, constituir tipos genéricos de educación que correspondan a distintas sociedades. Ya establecidos los tipos, hay que explicarlos de acuerdo a las condiciones de que dependen sus características de cada uno y el modo en que derivaron unos de otros. De esta manera se obtienen las leyes que dominan la evolución de los sistemas de educación. Así, puede verse además de su desarrollo, las causas que lo explican. Con este quehacer se puede llegar a la comprensión de cómo se constituyen nuestras instituciones pedagógicas, cómo funcionan, derivando de esto valiosas estadísticas.

 


 

[1] Durkheim, Émile. Educación y Sociología. Ed. Colofón, 3ª ed., México, 1991.

[2] Íbid., p. 70.

[3] Íbid. p. 30.

[4] Íbid., p. 39.

[5] Íbid. p. 77.

[6] Íbid. p. 78.

[7] Íbid. p. 81.

[8] Íbid., p. 94.

[9] Íbid., pp. 97-98.

[10] Íbid., p. 103.

ARGUMENTACIÓN Y CONSTRUCTIVISMO

ARGUMENTACIÓN Y CONSTRUCTIVISMO

POR: ROCÍO ARENAS CARRILLO

Ante la situación educativa actual, concebida y ejecutada mediante paradigmas conductistas, no es posible alcanzar un desarrollo a la medida de los alcances cognoscitivos de los individuos, porque estamos sujetos en todas las instancias al seguimiento preciso de regulaciones, normas, planes y programas, técnicas y procedimientos integrados por contenidos más bien tendientes a la información y a las conductas prefijadas y condicionadas por lo que en nuestra ideología se entienden como las adecuadas, sobre todo para instrumentar a los sujetos para realizar determinadas tareas dentro del ámbito que los circunda. Se han hecho diversos esfuerzos por modificar este encasillamiento con algunos cambios significativos pero aislados, más bien practicados en algunos sectores fuera del alcance de la mayoría. Sin embargo hace falta una honda reflexión sobre los actos del conocer para abordar en terreno firme las verdaderas necesidades del hombre, y de esta manera conformar las vías más seguras para la constitución verdadera y significativa de la conciencia que no es nada, salvo una relación con el mundo [1], lo que daría como consecuencia la conducta coherente y armónica en lo social y laboral, que preocupa tanto.
No se ha entendido aún la característica primordial del ser humano como sujeto cognoscente, como motor del conocimiento en todas sus modalidades, éste es el principal obstáculo para la educación imperante. El Constructivismo como una posición epistemológica sostiene que el hombre construye el conocimiento, no lo recibe de los otros sino que se da en su interior como consecuencia de su contacto con los demás, y a partir de tal construcción se da origen a su organización psicológica. Los factores externos hacen posible, facilitan o dificultan la construcción de los conocimientos, pero éstos se constituyen dentro del sujeto: “El constructivismo es una posición interaccionista en la que el conocimiento es el resultado de la acción del sujeto sobre la realidad, y está determinado por las propiedades del sujeto y la realidad” [2], es decir que a partir de la interacción sujeto – objeto de la realidad, es como se gestan las concepciones del mundo, puesto que hablar de la realidad en sí misma funciona como postulado, porque las cosas se conocen siempre desde la visión de los individuos. [3] Las construcciones que elabora el sujeto están compuestas de lenguaje, ya que el pensamiento es prácticamente lingüístico; los conceptos, esquemas y categorías, todas las representaciones son lenguaje, y gran parte de él está en palabras.
Argumentar es la expresión de un razonamiento mediante la verbalización, es un medio para indagar, es una operación discursiva interdisciplinaria capaz de transformar la concepción de mundo, de dislocar las conciencias, y de ubicarlas en otros ámbitos lejos de la alienación que nos embarga. La argumentación es conocimiento verbalizado con la finalidad de construir y reconstruir el conocimiento, una especie de reconducción fenomenológica de la realidad como tal a la representación de la misma en el sujeto, para hacer de ella una experiencia de la realidad, que es lo que constituye la conciencia. Reducir o re(con)ducir es, en el fondo, transformar todo lo dado en algo que se nos enfrenta, en fenómeno, y revelar así los caracteres esenciales del yo. La argumentación forma parte de la vida cotidiana pues resulta inseparable del proceso de socialización y del desarrollo intelectual del sujeto, sin embargo en esta reflexión nos referimos a la argumentación en los procesos de enseñanza y aprendizaje escolar, al acto de incitar a los estudiantes a verbalizar los razonamientos a fin de interpretar la realidad, de comprender y de aportar nuevos conocimientos que lleven consigo un sentido de la existencia, pero un sentido conciente y responsable del hombre como individuo y como ser social.
La argumentación es un procedimiento lógico del pensamiento para ejercitar las habilidades cognoscitivas, dependiendo de los recursos argumentativos y de las condiciones contextuales de producción. [4] Asimismo el Constructivismo, entendido como una teoría del conocimiento, asume la explicación de cómo se genera el conocimiento, qué transformaciones sufre, y el modo que configura la cosmovisión, y por qué sirve el conocimiento para actuar sobre las cosas y explicarlas, y el modo en que se realiza un acuerdo entre los individuos acerca de lo generado, así como la manera en que se hace posible su comunicación. [5] Todo esto es justamente lo que el proceso argumentativo implica también, a través de estructuras paralelas. Los escritos argumentativos se diseñan con conocimientos previos y entramados diversos que inciten a los lectores a enfrentar, a aprehender, a discernir una extensa red de ideas que posiblemente afiancen las anteriores a tal lectura, o bien que las excedan. De esta manera los sujetos interactúan con los significados que propician los textos y se apropian de ellos, como lo expresa Bacon: “Y es que aquel que comprende los problemas que aborda e investiga es dueño de su esclarecimiento, de la misma forma que el que trabaja reina sobre sus obras”. [6] Una vez dueño del conocimiento que construye, las vivencias del sujeto serán concebidas desde su nueva configuración, desde sus esquemas. [7]
Los argumentos tienen su origen en la necesidad de solucionar un problema, un planteamiento que no ha sido dilucidado por el sujeto en un determinado contexto; de igual modo el conocimiento resulta de un problema que los esquemas que señala el Constructivismo dirigen los procedimientos para resolverlo, y se componen al menos de un elemento desencadenante que se refiere a las condiciones en las que se aplica el esquema, y un elemento efector que es el mismo esquema con sus modificaciones introducidas por el sujeto según la situación dada. Un argumento puede ser transformado y a su vez generar otro, así como los esquemas están también en continua modificación, concibiendo conceptos y restableciendo, a partir de ellos, la realidad.
En las aulas se insiste en aportar conocimientos hechos, es decir provenientes del exterior, dificultando por ende la producción del conocimiento y fracasando continuamente al evaluar la memoria a corto plazo de los estudiantes. Para Ausbel:

El aprendizaje significativo presupone, en el alumno, activación del conocimiento adquirido y autenticidad del conocimiento a adquirir. La autenticidad se traduce por el hecho de lo que el alumno adquiere se conecta y se integra, intrínsecamente, en las estructuras cognitivas desarrolladas en la experiencia como parte de ellas mismas. En el aprendizaje memorístico, por el contrario, la información adquirida es un elemento extraño, quedando artificialmente «pegado», como una etiqueta o rótulo, a estructuras cognoscitivas extrínsecas, superficiales o desintegradas. [8]

La capacidad crítica de los individuos queda entonces en último orden y en lugar de intuir intencionalmente los acontecimientos, de aprehender lo que percibe, sólo se acostumbra a estos procedimientos que no incitan al conocimiento. La constitución del conocimiento y de su conciencia queda subordinada a conductas prefijadas, mas no aquellas nacidas de la reflexión. Como seres racionales tenemos la responsabilidad, la obligación de ejercitar el pensamiento para que éste se desarrolle y logre merecidamente la virtud que nos confiere el ser hombres, una suerte de adiestramiento de la conciencia que nos confiera ese sentido de la existencia que con tanta presunción creemos que nos hace superiores, pero que no entendemos porque no lo hemos configurado, porque no es nuestro. Es nuestra obligación despertar la intencionalidad en el sentido fenomenológico del término, dirigirnos hacia los eventos del devenir y hacerlos concientes, arraigar esta conducta a las vivencias, y efectuar en todos los actos nuestras posturas críticas fundamentadas siempre en el pensamiento riguroso, y en el pensamiento complejo que describe Lipman:

El pensamiento complejo es el pensamiento que es consciente de sus propios supuestos e implicaciones, así como de las razones y evidencias en las que se apoyan sus conclusiones. El pensamiento complejo examina su metodología, sus procedimientos, su perspectiva y punto de vista propios. El pensamiento complejo está preparado para identificar los factores que llevan a la parcialidad, a los prejuicios y al autoengaño. Conlleva pensar sobre los propios procedimientos de la misma forma que implica pensar sobre la materia objeto de examen. [9]

Hace falta que la experiencia profunda sea capaz de llenar nuestros esquemas, que los desborden para renovarlos, para mutarlos, para tener la capacidad de entender-nos y, de este modo, convivir armónicamente en sociedad, y saber que las labores que ejecutamos son constituyentes también y nunca más una pesada carga que no tiene nada qué ver con lo que somos sino nada más lo hacemos para ganar el sustento o alcanzar un status socioeconómico considerado como exitoso. Todas las actividades humanas deben tender hacia la construcción del conocimiento porque ese abstracto que nombramos ajeno: “conocimiento” no es otra cosa que nosotros mismos, es nuestro pensamiento, nuestra manera de ver el mundo, nuestra realidad, la única realidad que nos importa.
Por ello hay que multiplicar los esfuerzos para que los estudiantes y nosotros mismos entremos en el juego, quizá éste termine en algo completamente distinto a lo previsto, pero su consecución será seguramente más rica que la cuadriculada vida que percibimos desde nuestras murallas de conceptos y categorías retenidas tímidamente por nuestra memoria. Ejercer el lenguaje en todas sus formas, argumentar, expresar prolijamente nuestras ideas, y en la concreción, en la verbalización de ellas haremos conciente que los significados se han trascendido sin que en el abstracto nos diéramos cuenta, ¿por qué? porque los enunciados son performativos , al convertir las ideas abstractas en verbo la enunciación equivale a su cumplimiento. [10] Cuando escribimos un texto argumentativo estamos elaborando un conocimiento, lo configuramos de acuerdo a nuestros esquemas o a la asociación de variantes de los mismos, externamos conductas, conceptos, estructuras que dan cuenta de lo que somos, es decir que el escrito es una extensión de lo que somos, y difícilmente podríamos enfrentarnos a nosotros mismos de otra manera más precisa y verdadera, con perdón de la palabra.
acierta en ser el paradigma epistemológico que alberga la tarea argumentativa que nos atañe, como teoría del conocimiento y también como referente a la estructuración textual de un escrito de esta naturaleza.

Es ya sabido que los textos de esta naturaleza muchas de las veces son elaborados con la finalidad de convencer a un auditorio determinado, o bien de refutar ideas de otros, o exponer nuestros prejuicios bajo una nueva forma, inclusive una especie de presunción retórica que dé cuenta de cierta intelectualidad y de un acervo lingüístico mayor que el común. No es a éstos escritos a los que aludimos, sino aquéllos en que el sujeto ofrece un conjunto de razones o pruebas en apoyo a una conclusión, en donde los argumentos intenten apoyar ciertas opiniones con razones. Nunca una palabrería inútil sino una experiencia constructivista de conocimiento, esencial, trascendente. Por supuesto que hay elementos retóricos y lingüísticos que favorecen a la expresión de los argumentos, las estructuras discursivas y los conocimientos previos estarán siempre presentes, pero jamás deberán anteponerse a la tarea que nos concierne, porque debe ser una conducta responsable siempre si es que queremos ser coherentes con nosotros mismos, ya que en este sentido la consumación discursiva en un escrito argumentativo será también la expresión del carácter epistemológico del ser humano, y no sólo eso, sino también el sentido ontológico imposible de soslayar en toda acción y manifestación humana.



[1] Mundo entendido como el conjunto total de los objetos de experiencia y del conocimiento posible de los objetos, es decir, que no existe mundo del cual uno no pueda tener una experiencia. Vid. Husserl, E. Ideas relativas a una fenomenología pura y a una filosofía fenomenológica. F.C.E., 3ª ed., 1986, México. p. 19.
[2] Delval, Juan. “Tesis sobre el constructivismo” en La construcción del conocimiento escolar. Compilación de María José Rodrigo y José Arnay. Ed. Paidós, 1997, Barcelona. (Temas de psicología, 2). p. 16.
[3] La noción de realidad desde un punto de vista constructivista puede conducir a muchas paradojas, sobre todo en el Constructivismo radical que se opone a la tesis realista, puesto que sostiene que la realidad es una representación perceptiva y conceptual del sujeto, y la manera de comparar esta actividad con una presunta realidad sólo es posible mediante un nuevo acto de percepción o conceptualización, lo que equivale a una alarmante negación del mundo preexistente, a la noción de verdad, a la validez de la investigación en su sentido primario, a la naturaleza del mismo conocimiento, la comunicación y a las ciencias puras. Cfr. Castorina, José Antonio. “Las epistemologías constructivistas ante el desafío de los saberes disciplinares” en Psykhe. vol. 12, noviembre de 2003.
[4] Vid. Candela, Antonia. Ciencia en el aula: Los alumnos entre la argumentación y el consenso. Ed. Paidós, México, 2001. (Paidós Educador, 148). p. 103.
[5] Delval, Juan. Op. cit. p. 18.
[6] Bacon, Francis. “La esfinge” en El artífice del método. CNCA/Pangea editores, 1992. (Viajeros del conocimiento). p. 36.
[7] Los esquemas son unidades psicológicas del funcionamiento del sujeto, son “unidades básicas para el funcionamiento psicológico, son sucesiones de acciones —materiales o mentales— susceptibles de aplicarse en situaciones semejantes” Delval, Juan. Op. cit. p. 20.
[8] Hernández Hernández, Pedro. “Construyendo el Constructivismo: criterios para su fundamentación y su aplicación instruccional” en La construcción del conocimiento escolar. Op. cit. p. 293.
[9] Lipman, Matthew. Pensamiento complejo y educación. Tr. Virginia Ferrer, 2ª ed., Ed. de la Torre, Madrid, 1998. (Proyecto didáctico Quirón). p. 67.
[10] Vid. Enunciados performativos de John Langshaw Austin en: Berinstáin, Helena. Diccionario de retórica y poética. Ed. Porrúa, 3ª ed., 1992, México. p.p. 24-25.