LA CONCIENCIA O DEL RETORNO A LOS ORÍGENES
Cerrando los ojos alcanzó a decirse que si un pobre ritual era capaz de excentrarlo así para mostrarle mejor un centro, excentrarlo hacia un centro sin embargo inconcebible, tal vez no todo estaba perdido y alguna vez, en otras circunstancias, después de otras pruebas, el acceso sería posible. ¿Pero acceso a qué, para qué?
Para Mircea Eliade , la manifestación plena de la hierofanía o revelación de lo sagrado se trata siempre de un acto misterioso, de una realidad que no pertenece a nuestro mundo, en objetos que sí forman parte de nuestro mundo natural y profano. En toda hierofanía, un objeto cualquiera se convierte en otra cosa sin dejar de ser él mismo, pues continúa participando del medio cósmico circundante. Una piedra sagrada sigue siendo una piedra; aparentemente (con más exactitud: desde el punto de vista profano) nada la distingue de las demás piedras. Para quienes aquella piedra se revela como sagrada, su realidad inmediata se transmuta, por el contrario, en realidad sobrenatural.
EL RETORNO
Retorno a los orígenes es una proposición cargada de la noción temporal, porque representa ir hacia atrás, hasta el inicio como una suerte de reencuentro con lo primigenio, con lo originario. Mircea Eliade afirma que “conocer los mitos es aprender el secreto del origen de las cosas” [1], lo que nos interna en el campo de lo mítico, de lo originario, de un rompimiento con el tiempo ordinario, de abolición que se lleva a cabo mediante un soporte mágico; es un regreso mucho más atrás de lo conocido, que incluso critica y derrota la concepción milenaria acerca del modo de experimentar una comunión con la divinidad, en la que se conjuntan varias vías de acceso: el tiempo sagrado, el rito de iniciación, el discurso, y otros elementos.
El hombre moderno y asumido en una existencia profana resiente una dificultad cada vez mayor para reencontrar las dimensiones existenciales del hombre religioso de las sociedades arcaicas [2], ha necesitado retornar a los orígenes, lo que implica desandar lo que ya está establecido, reconstruir el pensamiento, la conciencia que, según el hombre occidental, data a cinco mil años de distancia; entrar en ese momento primigenio para devolverle a la conciencia sus derechos y que vuelva a integrarse al mundo, que sea ese otro mundo donde las cosas no sean más que este entramado de categorías y nomenclaturas, donde el mundo que es el hombre y viceversa, se entregue de la forma más pura, donde el hombre sea verdaderamente en todos los sentidos de la palabra ser. Eliade explica que para el hombre, realizar un ritual es para traer a la actualidad un acontecimiento que se dio en los orígenes del mundo para que vuelva a suceder, no para recordarlo y festejarlo, sino para vivirlo de nuevo, que suceda como antaño, y para ello hay que nombrarlo para que acontezca.
LA RECONSTITUCIÓN
Debemos enfatizar la trascendencia del momento exacto del contacto, de esa relación con lo primordial que nos lleva a la idea de la vuelta a los comienzos, la intención de integrarse al mito del ídolo de los orígenes con el objeto de volver a ser, reconstituirse. El hombre moderno se esfuerza por componer su vida, al igual que el hombre arcaico, la vida no puede ser reparada sino solamente recreada por un retorno a las fuentes “y la fuente por excelencia es el brote prodigioso de energía, de vida y fertilidad que tuvo lugar durante la creación del mundo” [3], un modo de nacer nuevamente gracias al retorno al origen. Podemos percatarnos de que la construcción de una nueva vida es justamente la idea de la gestación de la conciencia. Sin embargo la fusión no está completa, puesto que para actualizar un mito, esto debe suceder dentro de un espacio y un tiempo sagrados, y también se requiere conocer el mito y relatarlo y, si el ritual lo amerita, efectuar un sacrificio.
EL RITUAL
Para poder efectuar un ritual es necesario pasar del tiempo ordinario, histórico, que en términos religiosos se llama profano, a un tiempo que no transcurre, a un tiempo vertical, ontológico, de los mitos, que es un tiempo fuerte, “el tiempo prodigioso, «sagrado», en el que algo nuevo, fuerte y significativo se manifiesta plenamente.” [4] Se trata de un tiempo cualitativamente distinto al cronológico, es un receptáculo para una nueva creación, diferente al tiempo que transcurre, que no es fuerte ni significativo y por ello se trata de abolir en estos ámbitos donde se trata de llevar algo a la existencia, dar vida como los dioses han creado el cosmos. Es menester desandarlo, volver al momento del origen para nacer de nuevo en un momento de convergencia ya estando dentro del tiempo primigenio.
El recinto circular es un centro, todo santuario, todo lugar destinado para efectos sagrados simbolizan el centro del mundo, el territorio donde se produce una ruptura de nivel, donde se trasciende el espacio profano, heterogéneo, y se irrumpe así en una región pura. [5] el omphalos , el centro que reproduce en su esencia el universo, es “la zona de lo sagrado por excelencia, de la realidad absoluta. Todos los demás símbolos de la realidad absoluta (...) se hallan igualmente en un centro”. [6] Si el sacrificio significa un término y un inicio, si es necesario para el acto de creación, entonces debe efectuarse a partir de un centro, de un área sagrada. En la abolición del tiempo y el espacio, es menester siempre, la realización de un sacrificio, hay algo que debe donar vida para que la existencia de lo nuevo emerja y perdure: “Nada puede durar si no está «animado», si no está dotado, por un sacrificio, de un «alma»; el prototipo del rito de construcción es el sacrificio que se hizo al fundar el mundo.” [7] Toda nueva existencia es la reiteración de la creación del mundo y, al ser producido, repite esta creación, el hombre crea su conciencia como los dioses al cosmos, bajo las mismas circunstancias y requerimientos:
Por la repetición del acto cosmogónico, el tiempo concreto, en el cual se efectúa la construcción, se proyecta en el tiempo mítico (...) Así quedan asegurados la realidad y la duración de una construcción no sólo por la transformación del espacio profano en un espacio trascendente («el centro»), sino también por la transformación del tiempo concreto en tiempo mítico. [8]
Este retorno a lo primigenio es también la búsqueda que el hombre emprende de sí mismo, para la conquista definitiva de la conciencia, y entonces hay que inmolar la anterior para que engendre una conciencia generosa, verdadera y milenaria. Eliade afirma que en esta búsqueda hay
extravíos en el laberinto, dificultades del que busca el camino hacia el yo, hacia el «centro» de su ser, etc. El camino es arduo, está sembrado de peligros, porque de hecho, es un rito de paso de lo profano a lo sagrado; de lo efímero y lo ilusorio a la realidad y la eternidad; de la muerte a la vida; del hombre a la divinidad. El acceso al «centro» equivale a una consagración; a una existencia, ayer profana e ilusoria, le sucede ahora una nueva existencia real, duradera y eficaz. [9]
La esencia mítica se funda en el entendido de que todo mito se refiere a cómo algo ha sido producido, un acontecimiento en el que algo ha comenzado a ser. Éste es, precisamente, el componente de convergencia, porque ese algo es el pensamiento humano, su reconstrucción en que la conciencia vuelve a integrarse al mundo igualmente renovado, donde el hombre se entrega en esencia.
LA VERBALIZACIÓN
El rito culmina en el modo de retrotraer el tiempo mítico, es decir de actualizar el mito, puesto que no consiste sólo en el sacrificio, sino que es necesario nombrarlo, narrar cómo sucedió en los principios y, de esta manera, hacerlo actual, traerlo mediante la recitación dentro del tiempo sagrado:
En la mayoría de los casos, no basta conocer el mito de origen, hay que recitarlo; se proclama de alguna manera su conocimiento, se muestra (...) al recitar o al celebrar el mito de origen, se deja uno impregnar de la atmósfera sagrada en la que se desarrollaron esos acontecimientos milagrosos. El tiempo mítico de los orígenes es un tiempo «fuerte», porque ha sido transfigurado por la presencia activa, creadora, de los seres sobrenaturales. Al recitar los mitos se reintegra este tiempo fabuloso y, por consiguiente, se hace uno de alguna manera «contemporáneo» de los acontecimientos evocados, se comparte la presencia de los dioses o de los héroes. [10]
El hombre moderno debe buscarse, merecerse a sí mismo en sus dimensiones más hondas, desandarse hasta los orígenes para aprehenderse como humano y como esencia, es decir conciencia en el sentido filosófico del término. Para concluir, parafraseo a Eliade: vivir los mitos implica diferenciarse de la experiencia cotidiana, porque al reactualizar acontecimientos fabulosos, exaltantes, significativos, se deja de existir en el mundo de todos los días y se penetra en un mundo transfigurado, auroral. [11]
[1] Eliade, Mircea. Aspectos del mito. Ed. Paidós, 2000, Barcelona. (Paidós Orientalia, 69). p.23.
[2] Eliade, Mircea. “Lo sagrado y lo profano” en Martínez Riu, Antoni y Jordi Cortés Morató. Diccionario de Filosofía Herder. (CD ROM) Ed. Herder, Barcelona, 1996.
[3] Eliade, Mircea. Aspectos del mito. Op. cit. p. 36.
[4] Íbid. p. 27.
[5] Eliade, Mircea. El mito del eterno retorno. Alianza Editorial/ Emecé, 2002, Madrid. (El libro de bolsillo, 4413). p. 23.
[6] Íbid. p. 26.
[7] Íbid. p. 28.
[8] Íbid. p. 29.
[9] Íbid. p. 26.
[10] Eliade, Mircea. Aspectos del mito. Op. cit. p. 26.
[11] Íbid. p. 27.
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