HISTORIAS DE MAMÁ
La novela Historias de mamá de Javier Báez Zacarías, resulta de una gran elaboración literaria, es una narración interiorista, lúdica, con un discurso poético, lleno de ironías y significados que se dejan entrever en la historia contada, en el lenguaje y ante todo en la estructura. Este escrito pretende acercarse justamente a los signos con que ha sido construida, sin pretender una interpretación definitiva de la obra.
La fábula de la novela es muy sencilla, los acontecimientos suceden en una ciudad de provincia, donde Olegario lleva todos los días a Fabiola, su madre, a casa de la abuela Felícitas. En el trayecto, ella le cuenta sus recuerdos mientras él fantasea con cuanta mujer se le cruza a la vista. El resto, son los recuerdos de ambos.
La novela se da en retrospectiva, conjugando distintos narradores: primero Olegario relata en presente, cuando va manejando hacia el trabajo y hace escala para dejar a su madre a la visita cotidiana; también se nos presenta un narrador omnisciente que expone en pasado la vida de Fabiola; y hay partes en que Felícitas relata en forma de evocación pedazos de su historia.
La retrospectiva enlaza las anécdotas y meditaciones de Olegario y Fabiola, iniciando cuando éste tiene veintiocho años, después su niñez, hasta llegar a su estado actual; esto, entretejido a la vida de Fabiola, que ya es una persona mayor, luego cuando estuvo en la Universidad, y antes de ingresar a ella, su infancia, para después describir detalladamente sus dieciséis años.
La presencia de Pedro Páramo es muy importante en la estructura de Historias de mamá. Juan Preciado fue a Comala a buscar a su padre cargando con los recuerdos felices de su mamá Dolores, y al llegar se encontró con un lugar poblado de muertos, que se le iban apareciendo para confiarle sus historias. Digamos que era necesario un vivo para que los muertos pudieran relatar sus vidas, independientemente de que esto provocara en él la muerte. De manera análoga, Olegario es el testigo de las historias de la madre, el Edipo que la lleva diariamente a casa de la abuela que no oye, y que obviamente no puede darse cuenta de los recuerdos de Fabiola. Olegario no pone atención a los relatos, hasta que un día hace el recuento de todo lo escuchado. Ellos están vivos, a diferencia de los personajes de Rulfo, sin embargo también hay consecuencias: “ahora que lo pienso (...), que le doy vueltas y vueltas a una historia nunca oída atentamente, creo que mamá no se detuvo, no calló a tiempo, sino que siguió su historia con un código distinto, jugueteando con la lengua me escupió a la cara, me dio un empujoncito hacia el abismo” [1]. En Pedro Páramo el personaje relata desde la muerte, y en Historias de mamá, la narración se hace desde ese abismo al que alude el personaje, que bien podría representar la conciencia de su condición edípica, y la razón accidental de su existencia que une el presente y el pasado de su madre.
Otro elemento, son las frases que se repiten en uno y otro capítulos [2]: “aquí es la Universidad” dice al final de capítulo y al inicio del siguiente, dándole al texto la verosimilitud de la repetición de los recuerdos, de las frases ya tan contadas; “Ah, ¿eres tú Olegario? Ya nos vamos” se repite varias veces en la novela, frase que une temporalmente la trama del texto, funciona como conexión diegética además de la reiteración de lo sucedido en el pensamiento de Olegario; “Zacatecas me suena como a mineral” esta frase la decía Felícitas, sumida en su solitaria condición, muy similar a las almas de Pedro Páramo que cada vez que aparecen hacen lo que cuando estaban vivos, es decir como un eco de lo que fueron [3].
Cuando Fabiola era pequeña, pensaba en la bruja Yagá, le temía; el solo hecho de imaginarla era ya la afirmación de una existencia que la acosaba. Digamos que la enunciación, la verbalización del pensamiento de Fabiola hacía que la realidad fuera distinta, una realidad “que no embonaba” y por eso la transformaba, la inventaba. De igual manera sucedió cuando fue con los amigos al cine y le encontraron parecido a una personaje de la cinta llamada Jezabel, y al llegar a casa dijo no ser Fabiola sino Jezabel.
En su juventud se sentía atraída por Efraín, admiraba su postura de intelectual, le parecía diferente, y trataba de llamar su atención alabándolo, imprimiéndole el texto que él consideraba perfecto, y consolándole cuando los compañeros de la Academia lo abandonaban. Al paso del tiempo, la soledad, el hijo que le dejó Efraín, Felícitas, y la ciudad que recorría diariamente, le suscitaban los recuerdos, ella los llamaba, ya que el hecho de evocarlos hacía que se hicieran lenguaje, y al exponerlos los vivía nuevamente. Cuando era niña le decía a su madre: “¿Sabías que un espejo puede convertirse en lago? (...) es cuestión de que lo pidas fuerte, con coraje, con urgencia” [4], de la misma manera lo hacía ella con sus memorias, y éstas se actualizaban, se hacían verdaderas al desandarlas, puesto que ella misma pensaba que su pasado estaba en una capa inferior de la existencia y esperaba encontrarse a sí misma en algún punto pretérito. [5] Jezabel pensaba que entre más hondo del pensamiento se produce algo, más apariencia tiene de realidad, ya que “el pensamiento y la existencia se confunden” [6], esto justifica el querer recordar, como lo del espejo: sólo hay que quererlo, con ganas, con urgencia, y el recuerdo se concretará, se hará real. Fabiola soñaba con romper la esclavitud, pero el hada mala de su infancia la atacaba condenándola a recoger el pasado, castigada a darle vuelta a los sucesos y arrojarlos al futuro, como un reproche, similar a la condena del Sísifo: juntar todos sus recuerdos y luego aventarlos uno a uno. Aquí está latente el buscador cortazareano, Oliveira o Johnny, la literatura o la música, es decir el lenguaje como vía única de la conciencia, es decir de la existencia. Dice Bruno sobre Johnny en El Perseguidor: “Cuando Johnny se pierde como esta noche en la creación continua de su música, sé muy bien que no está escapando de nada. Ir a un encuentro no puede ser nunca escapar, aunque releguemos cada vez el lugar de la cita” [7]. Para Jezabel el recuerdo significa la actualización de sus vivencias, entrar en su pasado para hacerlo presente y así darle sentido a su vida.
El relato posee canciones, juegos de palabras: “Lluvia lumbre en la cabeza, luna hirviente, luna nula, a Luna anula”; poemas, monólogos que simulan diálogos [8]; está lleno de imágenes poéticas que representan la ejecución del pensamiento, primero de la niña, después en sus otras etapas. El hecho es que el discurso del pensamiento de Fabiola, incluso el enunciado por el narrador, es metafórico, rítmico: “Olisqueaba los sonidos ya casi en el recuerdo, pues a punto estaba de caerle la maldición. No quería que los ruidos se escaparan; el paso del caballo, la leche en el bote haciendo olas, un grillo buscaba su querencia, los zánganos soplándose el bochorno” [9]. En esta parte el narrador empieza a darnos, a mostrarnos, el otro sistema de signos del que está estructurado su relato. Dice que Martinica y Fabiola “se entretenían confeccionando laberintos, enigmas, rompecabezas” [10], esto, indiscutiblemente remite a la obra de Julio Cortázar: el discurso representado por un piolín, un hilo, una madeja que se va haciendo y deshaciendo según se le vea, un hilo que sirva de puente para entablar una comunicación verdadera: “Si pasa por estos lados la bruja Yagá tiéndele un hilo, que se enrede en la madeja” [11]. En una primera instancia nos quedaríamos con el pensamiento mágico de la niña Fabiola, justificando el lenguaje lúdico de la obra, sin embargo el hilo se tiende en varias direcciones, por ejemplo cuando se pasa la lista en la escuela, cada nombre es puente tendido hacia el pasado, no hay más que jalarle y la madeja cederá y los recuerdos se irán dando.
Efraín hacía rebotar las palabras en la pared, en el techo, el suelo, las vigas, le gustaba escucharse: “había encontrado la diferencia de las cosas, las nombraba y las hacía nacer” [12]. A la manera de Rayuela, en Historias de mamá, se justifica la línea de la obra deseada con un personaje, aunque en este caso Efraín era inexperto, pero no puede pasarse por alto el metadiscurso, una teoría de la novela dentro de la novela misma. También, como el Club de la Serpiente, la Academia tenía sus ideas: “Ocultaba símbolos, evidenciaba al lector: suprimía líneas, agregaba ingenio; cortaba palabras, añadía espacio creativo” [13], esto es lo que Efraín hacía y que atrapaba a los demás del grupo, era su idea de la forma perfecta, el arte venidero que tanto defendía. Él quería dejar al lector con los pies en lo ficticio, viendo afuera: “¿Cómo hacer creativo al que recibe, industrioso, laborioso; que sea él también artista, el reflejo del poeta al momento de inventar? [14]. Es la idea de hacer un texto en que el lector colabore en su construcción, una obra abierta que ha sido intencionalmente inacabada para que el lector la complemente, la haga suya, es decir que al transformarla la invente. Por eso se habla de las palabras como armas, por eso Efraín desenvainaba argumentos, los libros semejaban caballeros en el campo de batalla, la lid empezaría, se hacía puntería con el lápiz aguardando a que las palabras picaran, el caso es que pasaran las grafías por enfrente y él las atraparía, atraparlas o ubicarlas en su sitio [15], cosa que remite también a Rayuela, en que las perras negras acosaban a Oliveira: “Las perras negras se vengan como pueden, me mordisquean desde debajo de la mesa. ¿Se dice abajo o debajo? Lo mismo muerden (...) En guerra con la palabra, en guerra, todo lo que sea necesario aunque haya que renunciar a la inteligencia” [16]. Y para Efraín, al buscar las rupturas literarias, afirmaba que no hay diferencia entre el autor y el lector puesto que el acto creativo es el mismo, no se conciben ni la lectura ni la escritura como actos solitarios. Dice Eco que el escritor “deberá prever un Lector Modelo capaz de cooperar en la actualización textual prevista por él y de moverse interpretativamente, igual que él se ha movido generativamente” [17]. La idea es dejar, olvidar el texto-espejo, el que reproduce la realidad del lector, si no, a dónde se pretende llegar: “Pesquemos la realidad para exprimirla, modelarla a nuestro gusto, hacer temblar las conciencias, cerrar con llave los espejos” [18].
[1] BÁEZ ZACARÍAS, Javier. Historias de mamá. Ed. Nueva Imagen, México, 2000. (p. 13).
[2] Para “Aquí es...” v. p.p. 26-27; “Ah, eres tú...” v. págs. 65, 74, 75, 198; “Zacatecas...” v. págs. 71, 72, 198.
[3] Algunas de las frases que se repiten con la misma intención en Pedro Páramo, son: “Este pueblo está lleno de ecos” (págs. 54, 55); “El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro” (págs. 7, 27); “Han matado a tu padre” (págs. 34, 86). RULFO, Juan. Pedro Páramo. F.C.E., 6ª. ed. 1996, México. (Colección Popular, 58).
[4] BÁEZ, op. cit. p. 30.
[5] Ibid. p. 188.
[6] Ibid. p. 45.
[7] CORTÁZAR, Julio. “El perseguidor” en Cuentos completos. Vol. 1. Ed. Alfaguara, 1994, México. (p. 242).
[8] BÁEZ, op. cit. v. págs. 43, 129, 54.
[9] Ibid. p.p. 34-35.
[10] Ibid. p. 35.
[11] Ibid. p. 36.
[12] Ibid. p. 87.
[13] Id.
[14] Ibid. p. 88.
[15] V. págs. 90, 108, 109, 104.
[16] CORTÁZAR, Julio. Rayuela. C.N.C.A., 1992, México. (Colección Archivos, 16). (cap. 93).
[17] ECO, Umberto. Lector in fabula. Ed. Lumen, 2ª. ed., 1987, Barcelona. (Palabra en el tiempo, 142). (p. 80).
[18] BÁEZ, op. cit. p. 112.
4 comentarios
Daniela -
sergio chavez -
shiiOoLaaLhii -
ooLaa
me encantO su foRma de expResarse buenO me vOe cuidense muchO y sigan asii=)
¢¾
josselyn -