EN DEFENSA DE LO FANTÁSTICO
La realidad es flexible y porosa, al menos deberíamos negar la supuesta unidad y finitud de los hechos, ya que apenas se les mira desde otra perspectiva, y ya no se está tan seguro. En el primer volumen de La vuelta al día en ochenta mundos, una cita de Víctor Hugo: “Nadie ignora lo que es el punto vélico de un navío; lugar de convergencia, punto de intersección misterioso hasta para el constructor del barco, en el que se suman las fuerzas dispersas en todo el velamen desplegado" incita a Julio Cortázar a expresar su concepción de lo fantástico: "Lo fantástico fuerza una costra aparencial, y por eso recuerda el punto vélico; hay algo que se arrima al hombro para sacarnos de quicio. Siempre se ha sabido que las grandes sorpresas nos esperan allí donde hayamos aprendido por fin a no sorprendernos de nada, entendiendo por esto, no escandalizarnos frente a las rupturas del orden".
No hay un fantástico cerrado, porque lo que de él alcanzamos a conocer es siempre una parte y por eso lo creemos fantástico. Ya se habrá adivinado que como siempre las palabras están tapando agujeros. El lenguaje es concebido como algo "en lugar de", al igual que lo fantástico es siempre una representación de otra cosa, pero no es la cosa misma; aunque es también el cumplimiento de la cosa, del objeto, o bien, de lo fantástico. En su texto Del cuento breve y sus alrededores, Cortázar establece como principio de lo fantástico la exigencia de un desarrollo temporal ordinario, en el que una irrupción altera instantáneamente el presente, pero la puerta que da al zaguán ha sido y será la misma en el pasado y en el futuro. Sólo la alteración momentánea dentro de la regularidad delata lo fantástico, pero es necesario que lo excepcional pase a ser también la regla sin desplazar las estructuras ordinarias entre las cuales se ha insertado.
Todo lector asiduo de Cortázar sabe que su prosa es principalmente fantástica, como la de otros escritores latinoamericanos que revolucionaron la invención literaria durante el siglo XX. En este post transcribo y parafraseo aquellas palabras que hicieron justicia a la literatura fantástica en la polémica que generó Óscar Collazos y que fue publicada en 1970 con el título de Literatura en la revolución y revolución en la literatura, un pequeño libro donde hablan Collazos, Cortázar y Vargas Llosa, para criticar y defender lo fantástico y lo real, en cualquiera de sus concatenaciones.
Para Óscar Collazos la única literatura válida es aquella que se refiere a una realidad, que corresponde a su vez al desenvolvimiento histórico del mundo real, puesto que la realidad es una totalidad imprescindible. Él acusa a la literatura de García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar de expresar realidades concebidas en el vacío, puesto que en sus obras hay un olvido de la realidad, un desprecio a toda referencia concreta a partir de la cual se inicia la gestación de un producto literario que viene a ser una suerte de evasión, ya que el aludir a la realidad social, histórica, política y cultural en que se vive es la responsabilidad del escritor. Entonces Cortázar hace una minuciosa argumentación en favor de que la literatura fantástica jamás olvida que tiene por objeto aprehender profundamente una realidad: la realidad; que no es una estructura autodeterminada o autodeterminante, que no nace ni concluye en sí misma.
Ninguna realidad es concebible en el vacío, responde Cortázar; el poema más abstracto, la narración más delirante o más fantástica, no alcanzan la trascendencia si no tienen una correlación objetiva con la realidad, sólo que ahora se trata de entender la realidad como la entiende y la vive el creador de esas ficciones, es decir, como algo que por muchos lados y muchas dimensiones puede rebasar el contexto sociocultural sin por eso darle la espalda o menospreciarlo. ¿Olvido de la realidad? De ninguna manera: mis cuentos no solamente no la olvidan sino que la atacan por todos los flancos posibles, buscándole las venas más secretas y más ricas. ¿Desprecio de toda referencia concreta? Ningún desprecio, pero sí selección, es decir elección de terrenos donde el narrar sea como hacer el amor para que el goce cree la vida, y también invención a partir del contexto sociocultural, invención que nace, como nacieron los animales fabulosos, de la facultad de crear relaciones entre elementos disociados en la cotidaneidad del contexto. Si la referencia a la realidad abarca también a lo mítico, está abarcando las estructuras más profundas de la persona y de los pueblos, las pulsiones esenciales donde irrumpen imaginación, la fabulación, toda la combinatoria que en una primera etapa llevó al nacimiento de la epopeya y de la tragedia, y posteriormente a la novela y al cuento entre otros productos culturales. Lo que cuenta es la responsabilidad del escritor, el que sea o no un escapista de su tiempo o de su circunstancia, sólo la aprehensión profunda de la conducta u la obra de un escritor pueden mostrar en último análisis si sus más vertiginosos alejamientos de lo cotidiano o lo circundante son la consecuencia fatal y necesaria de su visión auténtica del mundo, de su responsabilidad frente a esa visión que nada ni nadie puede cambiar. Si toda literatura verdaderamente eficaz entraña la aprehensión de la realidad en su forma más rica y compleja, el “estilo” que vuelve inconfundible cada uno de sus productos prueba, por una parte, que esa aprehensión se ha operado en un nivel irrenunciable y, por otra parte, la posibilidad de transmitirla, de devolverla en forma no menos eficaz a los lectores. ¿Cómo no agregar ahora algo que a fuerza de ser elemental exige reiteración: que esa realidad de que hablamos es el hombre mismo en la medida en que no escribimos para los monos sino para él? La auténtica realidad es mucho más que el “contexto sociohistórico y político”, la realidad soy yo y setecientos millones de chinos, un dentista peruano y toda la población latinoamericana, Óscar Collazos y Australia, es decir el hombre y los hombres, el hombre en la espiral histórica, el homo sapiens y el homo faber y el homo ludens, el erotismo y la responsabilidad social, el trabajo fecundo y el ocio fecundo; y por eso una literatura que merezca su nombre es aquella que incide en el hombre desde todos los ángulos (y no, por pertenecer al tercer mundo, solamente o principalmente en el ángulo sociopolítico), que lo exalta, lo incita, lo cambia, lo justifica, lo saca de sus casillas, lo hace más realidad, más hombre, como Homero hizo más reales, es decir más hombres, a los griegos, y como Martí y Vallejo y Borges hicieron más reales, es decir más hombres, a los latinoamericanos.
Una literatura que busca internarse en territorios nuevos y por ello más fecundos, no puede acantonarse en la vieja fórmula novelesca de narrar una historia, sino que necesita tramar su estructura y su desarrollo de tal manera que el texto de lo así tramado alcance su máxima potencia gracias a ese tratamiento de implacable exigencia. Si la física o las matemáticas proceden de la hipótesis a la verificación, e incluso postulan elementos irracionales que permiten llegar a resultados verificables en la realidad, ¿por qué el novelista ha de rehusarse estructuras hipotéticas, esquemas puros, telas de araña verbales en las que acaso vendrán a caer las moscas de nuevas y más ricas materias narrativas? El signo de toda gran creación es que nace de un escritor que de alguna manera ha roto ya esas barreras, y escribe desde otras ópticas, llamando a lo que por múltiples y obvias razones no han podido aún franquear la valla, incitando con las armas que le son propias a acceder a esa libertad profunda que sólo puede nacer de la realización de los más altos valores de cada individuo. La novela revolucionaria no es solamente la que tiene un contenido revolucionario sino la que procura revolucionar la novela misma, la forma novela, y para ello utiliza todas las armas de la hipótesis de trabajo, la conjetura, la trama pluridimensional, la fractura del lenguaje. Un novelista es un intelectual creador, es decir un hombre cuya obra es el fruto de una larga, obstinada confrontación con el lenguaje que es su realidad profunda, la realidad verbal que su don narrador utilizará para aprehender la realidad total en todos sus múltiples contextos. Cuando esa realidad del escritor que es la larga batalla de toda una vida, con sus fracasos, sus experimentos, sus avances en el campo de la escritura, sirva un día para vincular ese contexto en el que ya entra el lector, entonces y sólo entonces tendremos una literatura revolucionaria. Plantearse el quehacer literario como una invariable dialéctica “contexto - lenguaje” es a priori falso, pues en muchos casos, como el mío propio, llegar a la realidad por la literatura sólo se logra después de muchas etapas en las que sólo la literatura era la realidad.
Concluyo con un fragmento de la entrevista que Joaquín Soler Serrano le hizo en 1977, en la que Cortázar expresa su sentido de lo fantástico en un modo más afable:
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